lunes, 4 de febrero de 2008

Una historia de Amor

Dejame que te cuente una historia de amor ....

Los Ojos de Jeanne Hebuterne

En ese comienzo del año 1917, Montparnasse mostraba su habitual animación. Escritores, artistas, creadores, personalidades del espectáculo y de las artes se codeaban, deambulando desde la Rotonde a la Cuupole. Los paseantes se cruzaban con Jean Cocteau, Max Jacob, Francis Carco o Blaise Cendrars. Se veía, sentado en una terraza, a Fujita o a Paul Guillaume, el muy conocido marchante. La guerra parecía lejana, aunque ocupaba los pensamientos. En el bulevar Montpamasse, se discutía de arte o de literatura.

El barrio se había convertido en el de los pintores, a semejanza de Montmartre. Muy cerca, en la calle de la Grande-Chaumiére, entre los comercios de artículos para pintores, estaba la famosa academia Colarossi, semillero de jóvenes talentos. Muchos eran artistas pobres que ofrecían sus dibujos a los turistas por un franco.

Se destacaba un elegante joven de rasgos distinguidos, semejante a un arcángel. Como muchos otros, iba de mesa en mesa, con su cartón de dibujo bajo el brazo. Respondía con tina sonrisa y un gesto amistoso a los que lo llamaban.

-Hola, Modi, ¿qué tal?

Amedeo Modigliani vio de pronto, acercándose a su encuentro, a uno de sus amigos, André Hébuterne, acompañado de una encantadora joven.

-Hola, Modi, te presento a mi hermana Jeanne -dijo André.

Ella le tendió la mano, sonriente.

-Mi hermano me ha hablado mucho de usted.



Como pintor, Modigliani apreció el rostro fino de grandes ojos azules, el largo cabello castaño, y fue sensible al encanto de la joven. Entablaron conversación. Jeanne Hébuteme aprendía pintura en la academia Colarossi y, según su hermano, manejaba bien los pinceles. Ella amaba el ambiente que reinaba en Montpamasse, y desde hacía tiempo deseaba conocer a Modigliani. Como se interesaba por su trabajo, él le propuso ir, en compañía de su hermano, a visitar su taller de la Cité Falguiére donde se había instalado cuatro años antes, abandonando la colina Montmartre, de la que estaba cansado.

Jeanne Hébuteme admiró los estilizados retratos de mujer del pintor. Su obra no se parecía a ninguna otra, y esa originalidad la seducía, sin duda porque el hombre ya la había conquistado. Modi tenía aires de gran señor a pesar de su pobreza, la certeza de su talento y una llama dolorosa en la mirada que revelaba su permanente angustia. Elle confió que su deseo era expresarse mediante la escultura, le mostró lo que había hecho, aunque eran piedras todavía informes. Carecía de materiales, de dinero y, en escultura, apenas balbuceaba.

Volvieron a verse a diario. Modi estaba solo después de una relación de dos años con una joven poeta inglesa. La frescura, la jovialidad de Jeanne le agradaban. Contrastaba con la seducción artificial de las mujeres que frecuentaban Montparnasse y los talleres: modelos, mujeres semimundanas o mantenidas. Ella, por su parte, veía en Modigliani a un genio y se lo decía.

En julio de 1917 decidieron vivir juntos y rentaron un estudio en la calle de la Grande-Chaumiére, muy cerca de la academia Colarossi. A partir de entonces, tocado por la ternura amante de Jeanne, Modigliani sentó cabeza. Antes se refugiaba en el alcohol, las drogas, mezclando a veces cocaína, haxis y vino, para luego hacer escándalos en el Dúme y declamar a voz en cuello versos de Rimbaud o de D'Annunzio. Por ella, dejó el alcohol y las drogas.

-No tienes necesidad de alcohol para ser grande, al contrario. En cuanto al haxis, repites que te permite concebir extraordinarias combinaciones de colores. De acuerdo, pero esas combinaciones quedan en tu cabeza, no las pintas -dijo ella.

El lo admitió y siguió su consejo: pintar, pintar y pintar, drogarse con el trabajo. Ese año ejecutó cerca de ciento veinte telas. Estaba tuberculoso, lo sabía, y trabajaba con la fiebre del que tiene los días contados.

Jeanne lo alentaba, lo sostenía, y los momentos de desaliento eran frecuentes. Al principio ella se asombraba de que Modi pintara sus retratos en una sola vez; de lo contrario perdía interés en ellos. Luego había comprendido que su genio surgía como un relámpago y que se extinguía con la misma rapidez. En pocos instantes, él captaba la particularidad de su modelo y la traducía; los detalles no contaban.

Ella calmaba como podía sus tormentos. El se torturaba, comprendiendo que no sería el escultor soñado y que tendría que limitarse a dos dimensiones. De carácter ansioso, el menor incidente, una tela arruinada, lo ponía en un excesivo estado febril. Cuando quería olvidar su decepción en el alcohol comprado en secreto, ella se lo limitaba aun vaso y calmaba su cólera con besos, sin quejarse nunca. Lo alentaba a frecuentar a aquellos de sus amigos que le ayudaban en su carrera y le reconfortaban en la adversidad.

El recibió un rudo golpe en octubre de 1917, cuando, habiendo podido al fin exponer en la galería Weill, sus cinco desnudos fueron considerados un ultraje al pudor.

-No te preocupes. Algún día valdrán una fortuna. La novedad incomoda y tú te adelantas a tu época -decía ella

En la primavera de 1918, un feliz acontecimiento terminó de dar a Modi el deseo de enmendarse: Jeanne estaba embarazada. Modi tenía un rostro cadavérico y la pareja partió al sur, en compañía de los padres de Jeanne y de sus fieles amigos, los Zborowski. El aire puro sentó bien a los futuros padres. Jeanne florecía, y, junto a ella, Modi recuperaba sus colores. Por un tiempo, ella alentó la esperanza de que sanaría.

Pero el humor cambiante de Modi hacía difícil la convivencia. Acortaron su estada en el sur.

Regresaron a la Grande-Chaumiére. Algo recuperado, Modi retomó sus pinceles entusiasmado. Sentía a la enfermedad ganar terreno, tosía cada vez más y adivinaba su futuro breve. Acababa de comenzar una carrera con la muerte.

Pintaba su ansiedad con el frenesí de los tuberculosos y alcanzaba la cima de su arte. Se multiplicaban los retratos de Jeanne, consistentes en líneas despojadas. El rostro oblongo se estiraba, la parte media de la nariz se alargaba desmesuradamente así como el cuello. Bajo la frente alta, los ojos se tomaban dos lagos azules. Y sin embargo, los rostros deformados se asemejaban a Jeanne, más aún, la expresaban. Pintó también a su amigo, Chaim Soutine, al que admiraba.



Se cuenta que ella le dijo un dìa que hasta que pudiera conocer su alma completamente, el iba a poder pintar sus ojos, y es por eso que muchos cuadros de el no tienen los ojos de Jeanne.

Avanzaba el mal, inexorable. Los esposos partieron nuevamente al sur, donde nació la pequeña Jeanne a fines de noviembre de 1918. Pero ese día no hizo recuperar a Modi sus fuerzas; la enfermedad estaba demasiado adelantada. De regreso en París, en la primavera, tosía más aún y escupía Sangre. Jeanne escondía sus lágrimas, se esforzaba denodadamente por sonreír. Habría querido poder darle su energía, su vitalidad, a fin de prolongarle la vida, dispuesta a ofrecer la suya a cambio. Modi ya no bebía, no se drogaba, no ocupaba sus noches en andanzas destructivas al azar de lcS bares. Pero esa prudencia no bastaha para frenar el curso de la enfermedad; a lo sumo la demoraba un poco. Nada había podido contener el avance de la tuberculosis.

Continuaba pintando, obsesionado por su muerte cercara, destrozado ante la perspectiva de dejar sola a Jeanne, a quien amaba profundamente, desesperado por no haber podido triunfar esculpiendo como hubiese querido. Fijaba a Jeanne en la tela para la eternidad, como un testimonio de su amor.


(Con este cuadro ganaria un concurso, el mismo dia que murio)

Se angustiaba cada vez más. ¿Qué sería de ella sin él? ¿Después de él? No soportaba que pudiese amar a otro. Jeanne le juraba que él seguiría siendo su único amor, el único hombre de su vida, y besaba la frente bañada en sudor.

Todo eso léanlo en detalle ustedes en otras fuentes, o véanlo en la película. Yo me salto a la última semana de la pareja:


Lunes:


Traen a Modi a casa. Jeanne le recibe empapado e inconsciente. Según quienes le vieron en su última noche de exceso el pintor se veía como "un hombre gravemente enfermo, enloquecido y alucinado." La chica Hébuterne le metió en la cama. Amadeo ya ha sido abrazado definitivamente por la tuberculosis.


Martes:


Día de fiebres y delirios. Jeanne, sorteando mil dificultades, manda a llamar un médico y a Zborowski, marchante y amigo del pintor. El medico llegó, Zborowski no, su diagnóstico fue: nefritis, una infección de los riñones que el pintor ya había padecido y superado, le recetó una medicina y reposo en cama. Amadeo sólo consentía en tomar alcohol y se levantó a terminar su último cuadro, al finalizar le dijo: "Otro cuadro que no podrás vender. ¿Por qué tendría yo que llenar el mundo de cosas que no quieren los demás?" y cayó en la cama.


Miércoles:


Modi amanece peor, pero impide que Jeanne salga de nuevo en busca de ayuda. Según la señora Chaplin: "No había nada para comer, excepto sardinas; nada para beber, excepto alcohol." Nadie llegaba, no había amigos que pasaran a visitar.


Jueves:


Nada de visitas, ni una sola. En el estudio el silencio y en la mitad J y M abrazados solos en una cama manchada de salsa de sardinas y apestosa a vino. "Jeanne dibujaba maneras de morir porque ahora, lo único que faltaba era decidir cómo morir ella misma." Modigliani murmura incoherencias de cuando en vez.

Viernes:


Jeanne parada en la mitad del cuarto mirando fijamente una pared pintada de blanco. No sabe qué hacer, está asustada. Amadeo la llama y le pide que se acerque. Le señala una cuerdecilla navideña. Jeanne le alcanza el hilo dorado. Modi anuda débilmente su mano y la de ella con tal cordón y le promete que siempre estarán juntos, le explica que la eternidad es mejor que París. Luego se durmió. Ella dibujó las muñecas unidas y escribió: "Nuestras manos atadas con oro, unidas para siempre."


Sábado:


Soledad, hambre y silencio. Jeanne se aproxima al octavo mes de embarazo. La vida y la muerte se abren paso al mismo tiempo en el mismo cuarto, acaso más bien: combaten.


Domingo:


Finalmente el pintor chileno Manuel Ortiz de Zárate, vecino y amigo de Modigliani, subió el piso que separaba su estudio del de Amadeo para ver cómo se encontraban. Les encuentra borrosos, abandonados a los límites de la cama y tomados de la mano. Al verlos en semejante estado inmediatamente llamó una ambulancia. Cuando le sacaban el pintor italiano pronunció al oído de Ortiz de Zárate las que serían sus últimas palabras:

"He dado el beso de despedida a mi mujer. Tenemos asegurada la felicidad eterna."

Jeanne por su parte se guardó el trozo de cuerda dorada.

El 24 de enero de 1920 muere Amadeo Modigliani. Jeanne Hébuterne, quien había decidido asumir la guerra de la vida a su lado había perdido, una vez más Modi le era arrebatado y en esta oportunidad por la más definitiva de las mujeres: la Muerte.

Jeanne quedaba sola y embarazada y con una hija de un año y con su mano unida a la eternidad…

25 de enero de 1920. Calle Amyot. Número 8. Quinto piso.

La chica Hébuterne, de apenas 21 años, se encuentra de nuevo en la casa de sus padres. Un día lleva su amante muerto.

Ella en la ventana abierta y sus ojos fijos en la calzada.
Sus ojos que no dudan,
que atraviesan,
que son eternos.

Da la vuelta y mira su cuarto como mirando sueños perdidos.

Al tiempo
se
deja
resbalar,
de espaldas al vacío,
los
cinco
pisos
completos.

Su cuerpo se revienta contra el asfalto seguramente por el aumento en la aceleración que la caída libre debió tener por el peso extra del pequeño cuerpecito no nato que llevaba en su vientre.

Jeanne unida a la eternidad y su rostro feliz.

No se sabe exactamente cuánto tiempo duró su cuerpo sin vida tirado frente a la casa de sus padres. Un obrero lo sube hasta el descansillo del quinto piso pero los padres le tiran la puerta en la cara. No quieren saber nada de él.

André Hébuterne, hermano de Jeanne y quien según la leyenda fue el que presentó a la pareja de amantes eternos, pasa al obrero la dirección del estudió donde J. vivía con M. para que lleve el cuerpo a donde correspondía.

La casera de la calle Grande Chaumière se negó a aceptar el cuerpo aduciendo que:

"el inquilino monsier Modigliani ya no vivía allí."

"Finalmente el obrero, […], fue a la comisaría de policía, donde le dijeron que lo llevara de nuevo a la calle de la Grande Chaumière con una orden de la policía. Allí se quedó el cuerpo, abandonado durante toda la mañana.” Tampoco se sabe con exactitud cuantas horas duró el cuerpo en el estudio antes de ser enterrado, lo cierto es que: “Dos amigos de Modigliani cuidaron del cuerpo durante toda la noche para impedir la presencia de ratas."

Contrario al entierro de Amadeo, que reunió al grupo más excelso de los artistas franceses reconocidos del momento, el de Jeanne resultó un entierro sencillo y discreto en uno de los cementerios más alejados de la ciudad, el Cementerio de Bagneux.

Cerca de diez años después la familia Hébuterne permitió que los restos de Jeanne fueran trasladados al Cementerio Père Lachaise junto a los de su amante eterno.

Más de ochenta años hubieron de pasar antes de que un erudito del arte lograra convencer a los herederos de Hébuterne para que permitieran el acceso público a las ilustraciones de Jeanne Hébuterne. En octubre del 2000 los trabajos se presentaron acompañando una exposición importante de Modigliani en Venecia, Italia, y patrocinada por la Fundación Giorgio Cini.

(Tumba compartida por Jeanne Hébuterne y Amadeo Modigliani en el Cementerio Père Lachaise / Foto de Adriana de Carvalho Chiarini)

3 comentarios:

Angie Sandino dijo...

Lauri querida me estoy imprimiendo el post para leerlo con calma, se ve bueno pero está un poco largo, asi y todo te prometo leerlo!
Un fuerte abrazo y feliz semana!

Jesús David dijo...

Excelente lo que hiciste.
Modigliani es mi segundo preferido. Caravaggio es el primero.
Mira el fondo de mi Blog que tengo una pintura mia.

Salu2.

Mi MADRE es mi PATRIA y mi NOVIA es mi BANDERA.

Jesús David dijo...

Amadeo Modigliani es Increible