martes, 3 de marzo de 2009

No hay mal que por bien no venga....

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No habí­a en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pagado que el de portero del prostíbulo. ¿Pero que otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca habi­a aprendido a leer ni a escribir, no tení­a ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres habían sido porteros de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre. Durante décadas, el prostí­bulo se pasaba de padres a hijos y la porterí­a se pasaba de padres a hijos. Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostí­bulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor.

El joven decidió modernizar el negocio. Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero le dijo: A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí­ anotará usted la cantidad de parejas que entran dí­a por dí­a. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y que corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes. El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero…..Me encantaría satisfacerlo, señor, balbuceó, pero yo… yo no sé leer ni escribir. AAh! Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto…Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo…No lo dejó terminar. Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte. Y sin más, se dio vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca habí­a pensado que podrí­a llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a su­ casa, por primera vez desocupado. ¿Qué hacer? Recordó que a veces en el prostí­bulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podri­a ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo. Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenia unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Tení­a que comprar una caja de herramientas completa. Para eso usarí­a una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferreterí­a, y que debiía viajar dos dí­as en mula para ir al pueblo mas cercano a realizar la compra. ¿Qué mas da? pensó, y emprendió la marcha. A su regreso, traí­a una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino. Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme. Mire, sí­, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… como me quedé sin empleo…Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como habí­a prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferreterí­a está a dos días de mula.



Hagamos un trato, dijo el vecino. Yo le pagaré a usted los dos dí­as de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece? Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro dí­as…Aceptó. Volvió a montar su mula. Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Sí­. Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros dí­as de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro dí­as para nuestras compras. El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. No todos disponemos de cuatro días para compras, recordaba… Si esto era cierto, mucha gente podrí­a necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje decidió que arriesgarí­a un poco del dinero de la indemnización, trayendo mas herramientas que las que habí­a vendido. De paso, podrí­a ahorrar algún tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar dónde almacenar las herramientas, podrí­a ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.

Luego le hizo una entrada mas cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferreterí­a del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferreterí­a del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños mas lejanos preferí­an comprar en su ferreterí­a y ganar dos dí­as de marcha. Un dí­a se le ocurrió que su amigo, el tornero, podrí­a fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? las tenazas… y las pinzas… y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos…..Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. El empresario más poderoso de la región. Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí­ se enseñarí­a además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la época. El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela.



El honor serí­a para mi, dijo el hombre. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto. ¿Usted?, dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo. ¿Usted no sabe leer ni escribir?, usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, que hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar, respondió el hombre con calma. Si yo hubiera sabido leer y escribir… seria portero del prostíbulo!.
Autor: Jorge Bucay

2 comentarios:

Maribel dijo...

Hola!

he llegado a tu blog desde el blog de Gus y me ha gustado mucho la historia que transcribes...me gusta mucho Jorge Bucay.
Un saludo y bonito blog.
Maribel.

Casa de Los Cuentos dijo...

Hola

Pasé por aquí para dejarte un saludo y me quedé leyendo.

Un saludo. Jabier.